La mayor parte de los días de mi vida siento una necesidad muy fuerte de escribir lo que siento y lo que vivo, porque no existen secuencias de más de veinticuatro horas en las que no celebre que algo apasionante me ha sucedido (aunque no le importe a nadie más que a mí y sólo sea emocionante para mí).
Cada instante de vida es un pedazo de viaje con diferente hoja de ruta, variable, susceptible a cualquier capricho del universo y del destino (si es que se cree en él) y siento que quiero contarlo, dejarlo atado a la memoria de la única manera posible: escribiendo.
Escribo con letras, que forman palabras, que forman frases que forman textos, que a veces forman historias y otras forman disparates. Otras crean poemas, y otras maldiciones y tristezas en prosa y en rabia. Aún así, tiendo a priorizar las tareas y a dejar esta actividad de escribir en el fondo del cajón de la rutina. Ah, a veces también escribo con fotos y vídeos, pero esos no se pueden teñir de nada más que de filtros. Todo lo demás es fiel a cómo mis ojos lo perciben. Cuando escribo, le doy forma nueva a lo que incluso ya tiene una forma vieja para todos los demás. Cuando escribo le doy voz al corazón, y a todos los sentidos.
Para romper con esa manía de no sentarme a hacer algo que me provoca tantísimo placer y que me libera, me he inscrito a un taller de escritura de una mujer que "conocí" hace apenas una semana, y que me inspiró un montón. Ella se llama Marina Hernández y en una de las pocas tardes en las que me permití "no hacer nada", me tumbé en la cama a leer y llegué a un artículo de Yorokobu donde hablaban de un proyecto precioso llamado "La desconocida que soy yo", que se encontraba en Indiegogo para ser microfinanciado. Me fui al link rápidamente, hice click en "play", en el vídeo de presentación del proyecto y vi que una de las mujeres que pondrían letras a ese libro de diarios íntimos femeninos, era Olga Hueso, "amiga cibernética" que sigo con alegría en Facebook, porque escribe y piensa bonito. Mi yo stalker (poderoso y mundialmente conocido) se fue directamente a esta red social y empezó a descubrir a buena parte de todas esas mujeres escritoras que iban a poner palabras en ese libro que os animo a financiar aquí, y me dispuse a mandar peticiones de amistad con clicks que casi eran orgasmos a medida que leía los muros de cada una de ellas (soy una creepy muy sexual).
De Marina empecé a leer artículos, su blog, entrevistas, (prácticamente todo, aunque no quiero que se asuste), y las personas con las que convivo llegaron a casa y me vieron saltando de alegría por todos esos hilos invisibles que conspiran para unirnos con personas increíbles. Parece que a veces sólo hay que tomarse una tarde libre y rascar un poquito en la arena para encontrar los tesoros.
Pues bien, todo esto era una introducción a mi diario íntimo de hoy. No puedo prometer que vaya a ser constante, pero lo voy a intentar. Acabo de eliminar esa frase anterior de mi mente. Me comprometo. Lo voy a hacer. Porque el taller de escritura empieza hoy, 26 de febrero, que es el día en el que nació una mujer feminista, poderosa y fabulosa: mi madre, Isabel.
Está claro que el 26 de febrero es un día de presentes y celebraciones, una buena fecha para nuevos comienzos y nacimientos, sean de proyectos o personas.
Siento que voy a aprender un montón. :)
Y ahora, completo mi práctica diaria. Primer día de mi Norte de Papel.
He pasado la noche en un hostal de Bariloche, Patagonia Argentina. Cada vez que me movía escuchaba los muelles y los tornillos de la litera y pensaba que estaba despertando a mi compañero, que dormía justo encima de mí, porque ya habíamos intentado dormir muy pegados en el mismo colchón pero a las tres de la mañana le había despertado y echado (dulcemente) pidiéndole que subiese a la cama de arriba. Yo no podía dormir con medio cuerpo sosteniéndose en el aire y recibiendo el airecito patagónico por un costado, sin sábanas ni frazadas lo suficientemente anchas para cubrir mi insomnio friolento, así que se había marchado alegremente, porque él es alegre hasta cuando le despiertas en la madrugada para echarle de tu cama.
Antes de que desertase de mi nido de pensamientos, sólo había silencio. Él estaba dormido y yo estaba inmóvil, para no despertarle. Una vez sola, me movía porque mis sueños y mis noches siempre son agitadas, y el ruidito que hacía la estructura de las dos camas me preocupaba, porque ya no quería despertarle más, pero los hierros sonaban a infancia, a mi hermana moviéndose en su colchón, en el cuarto que compartíamos cuando éramos pequeñas y entonces me entraban ganas de revolverme más y más y jugar a las carreras de triciclos cerrando los ojos.
En realidad mi hermana nunca ha sido pequeña porque siempre ha tenido diez años más que yo, y el recuerdo más infantil que tengo de ella es el de ver todos los pósters de Bon Jovi sobre las paredes (y en el techo) de mi (nuestra) habitación, así que en mi recuerdo creo que sólo le conocí desde la adolescencia. Aún así, tengo la sensación de que conmigo siempre fue una adolescente muy simpática y muy tierna (y eso no es sencillo a esa edad).
Sin la mezcla de un 26 de febrero y el nacimiento de mi madre, nada de esto hubiese sido posible.
Después de toda mi aventura nocturna, me he despertado escuchando maullar a Dodó, que es uno de los mejores despertares que se pueden tener en la vida. Me ha mirado sin mover las pestañas porque no sé si los gatos tienen pestañas y ha deslizado la patita por el piso, con las uñas estiradas, y ha sonado igual que cuando mi madre y mi padre pasan la escoba en casa, porque se suelen repartir las tareas.
Todo este pensamiento me ha hecho teletransportarme a Soria y he mirado a mi madre, escondiéndome detrás de una esquina, para ver si estaba contenta o triste por cumplir años, si nos estaba echando mucho de menos a mis hermanos y a mí, y si estaba sonriendo. Me he metido en el cuerpo de mi padre y le he dado un beso en la mejilla, y le he hecho cosquillas con la barba. O eso es lo que me ha contado mi imaginación. Espero que sea todo cierto y que se haya reído muchísimo, porque cuando mi madre sonríe, mi viaje se vuelve más colorido y la distancia pesa mucho menos.
He ido al baño de abajo de la habitación, vestida y preparada para el primer tentempié de la mañana, haciendo crujir bien fuerte las escaleras de madera porque me gusta empezar el día jodiendo a todos los que siguen durmiendo, como cuando de niña cualquier pequeña herramienta se convertía en un arma perfecta para hacer rabiar a mi hermano. Hoy los crujidos sonaban a sus quejidos avisando a mi madre de mis travesuras.
(En realidad lo de joder a la gente es una broma lingüística, porque decía mi profesora de filosofía de la secundaria {Montse, la mejor profesora de mi vida} que a veces un taco era lo mejor que le podía pasar al lenguaje y a una historia. En realidad no soy tan mala y como sólo he podido dormir desde las tres, me he despertado tarde y no le he fastidiado el letargo mañanero a nadie.)
Mi compañero ya estaba en la sala de desayunos, que está en otra casita del complejo donde nos hospedamos. He descubierto que estaba ahí sin haber llegado, porque he escuchado sus carcajadas, que son lo más parecido a una guitarra afinada en un cumpleaños familiar con mis tías tocando y cantando: Son capaces de ponerme la piel de gallina, de alegrarme la existencia, de mostrarme el camino... y de contagiarme de música y de buen humor. Nos hemos puesto a comer pantumaca mientras todos los demás argentinos de la sala le preguntaban por qué comía eso por la mañana. "Hay que adaptarse a las buenas costumbres de otras culturas", ha respondido.
Después, Agostina ha dicho que era el cumpleaños de su hermano y yo he dicho que era el cumpleaños de mi madre, y hemos decidido grabar un vídeo a cada unx cantando el feliz cumpleaños en versión argentina. Se lo he enviado por whatsapp y me ha dicho que se ha emocionado. Me he vuelto a teletransportar sin que se entere y he visto que no se le ha escapado ni una lágrima, así que estoy escribiéndole ahora todo esto porque dicen por ahí que soy profesional en hacer llorar a la gente, y quiero que hoy sepa que cada viaje que me separa de ella, en realidad, nos une más, y que le agradezco y celebro su vida no sólo por la persona que es, sino por la que me ha dejado ser a mí.
Afuera, en cuanto hemos terminado de desayunar, ha sonado el viento salvaje de la Patagonia Argentina con la fuerza de toda la libertad que soy. Gracias a un 26 de febrero. No se me olvida que éste viento, salió de ése día, salió de ella.
Hemos dejado la casa del desayuno dejando caer la puerta con un portazo mudo, que no ha dejado ni un ruido, ni un suspiro, ni un murmullo, porque no deja nada atrás y sólo empuja a vivir cosas nuevas. Es el viaje.
He escuchado las pisadas de otros huéspedes sobre las piedritas y las hierbas de todo esto que nos rodea, que es naturaleza, y ha sonado a nuestras expediciones por el monte mientras buscábamos setas y hongos. A los pinos avanzando de a poco, jugando al escondite inglés detrás de nosotros, mientras nos agachábamos a recolectar delicias micológicas y aire puro en un cesto de mimbre. Sé que a mi madre le encanta Soria, pero no podéis imaginaros las veces que he soñado despierta con enseñarle esta parte del mundo en la que me encuentro amando ahora.
Hoy me he chocado también con los ladridos de los perros locos del barrio de los Coihues, de fondo, afuera del hostal, y sonaban como la barraca del hincha del Numancia que celebraba los goles haciéndola girar sin parar, cuando mi padre me llevaba en brazos al campo de fútbol. Casi me ponen el mismo dolor de cabeza.
Me he dado cuenta de que me encanta el sonido de un fósforo raspándose mientras se enciende y prende la llama, y también el del gas saliendo. He descubierto el instrumento de percusión amordazado y golpeado por un grito seco que es el instante justo en el que se enciende el fuego cuando ambos elementos se unen. ¿Os habéis parado a pensar en ese segundo de conexión? Parece que empieza o termina todo. ¿Lo escucháis en vuestra mente, o nunca habéis encendido una hornalla?
Mi ejercicio de hoy para el taller de escritura era pararme a escuchar.
He escuchado un montón de cosas, y ahora escucho con atención el vuelo de una mosca contra el cristal. No sé con qué compararlo, pero sé que el sonido que más me ha gustado en este día, ha sido el de la voz de mi madre agradeciendo un feliz cumpleaños.
Yo sólo espero que sea verdad, que haya sido muy feliz.
Espero que cada 26 de febrero desde hoy mismo, pueda escribir en mi diario para que tú lo leas en el mismo día de tu cumpleaños o al siguiente, si la diferencia horaria lo exige.
Espero que nos abracemos dentro de poco, que vuelvas a darme la energía y la libertad necesarias para volver a partir y regalarme en la distancia el sonido del viento salvaje.
Posdata: Sé que tú también te teletransportas y me vigilas. Ya lo has visto, a mí también se me han saltado las lágrimas extrañándote.